A 50 años de la crisis social y política en Chile, he aquí declaraciones de un testigo presencial de los acontecimientos, libre de compromiso con uno u otro sector. Nuestra intención es rescatar la  llamada ‘pequeña historia’, esa que no es parte de los volúmenes oficiales, a pesar de ser vivida por ciudadanos comunes y corrientes.A 50 años de la crisis social y política en Chile, he aquí declaraciones de un testigo presencial de los acontecimientos, libre de compromiso con uno u otro sector. Nuestra intención es rescatar la  llamada ‘pequeña historia’, esa que no es parte de los volúmenes oficiales, a pesar de ser vivida por ciudadanos comunes y corrientes.
A 50 años de la crisis social y política en Chile, he aquí declaraciones de un testigo presencial de los acontecimientos, libre de compromiso con uno u otro sector. Nuestra intención es rescatar la  llamada ‘pequeña historia’, esa que no es parte de los volúmenes oficiales, a pesar de ser vivida por ciudadanos comunes y corrientes.
A 50 años de la crisis social y política en Chile, he aquí declaraciones de un testigo presencial de los acontecimientos, libre de compromiso con uno u otro sector. Nuestra intención es rescatar la  llamada ‘pequeña historia’, esa que no es parte de los volúmenes oficiales, a pesar de ser vivida por ciudadanos comunes y corrientes.

Allende asume

por Jerson Mariano Arias

No asume fácilmente, como bien se sabe; fue necesaria una serie de acuerdos. Siendo éstas unas anotaciones que deberían reflejar ‘el sentir popular’, no mencionaré el trabajo propiamente político. Deseo referirme a los ánimos, los ambientes.

El entusiasmo del pueblo se hizo sentir con nitidez en la tarde-noche del cinco de noviembre de 1970, cuando la Alameda santiaguina se colmó de gente con sus rostros casi desfigurados por el contento, sus exclamaciones verbales acallaban el ruidoso tránsito de vehículos. Recorrimos, junto a uno de mis hermanos, desde Estación Central hasta Plaza Italia chocando en cada tranco con las personas. Hubo cuatro escenarios de madera levantados a una distancia de unas siete cuadras entre uno y otro. Cada escenario contenía un programa diferente: en uno hubo música del sector ‘La Canción Nueva’; en otro, para asombro de los de hoy, podía oírse trozos escogidos de música clásica; en el siguiente, unas bellas bailarinas interpretaban un ‘pas de deux’ o hacían en un grupo mayor coreografías de ballet clásico; en el siguiente hubo lo que se conoce como música instrumental. Todos esos escenarios se mantuvieron rodeados por un público pobre, pero respetuoso. Muchos fueron los que por primera vez, y quizás por última, se embelesaron con el ballet. En la medida en que la obscuridad de la noche ascendía, una mágica atmósfera, mezcla de colores tamizados por otros, de sonidos lejanos y otros inmediatos, de ojos llenos de luz, de risas sin censura, se instaló en la Alameda, contagiándose mutuamente por el estremecimiento del triunfo de Allende, quien hacía poco había aconsejado retirarse a sus casas en calma para descansar con un sentimiento nuevo, el de la esperanza.

Hacia el Oriente había silencio, poco tránsito. Muy pocos le daban a esa noche un sentido de éxito. Al contrario, ya se rumiaban fórmulas para salir de ese atolladero.  Esa impresión de catástrofe fue evidente en ese sector, aún para un observador de pocas luces.

Los acontecimientos de violencia previos, como el asesinato del General Schneider, alertaron a los cercanos a Allende en cuanto que su vida correría peligro y no debería confiar en las escoltas tradicionales. El rumor corrió por ciudades y pueblos; un gran número de entusiastas estaban dispuestos a proteger al ‘compañero presidente’. Sin embargo, según propia confesión, Pascal Allende, sobrino del presidente y líder del MIR, le convenció de formar un grupo de guardaespaldas que, al comienzo no fueron más de cuatro o cinco y con muy precaria preparación para esa función y armados de insuficientes armas cortas. Allende no compartía con Pascal la idea de violencia revolucionaria. Algunas gestiones hechas por Pascal y los suyos ante Fidel Castro en busca de apoyo, no tuvieron éxito. La residencia de Allende, en Guardia Vieja, cercana a Providencia, era vulnerable como cualquier casa de vecino. Entonces, hubo de mudarse a la muy conocida residencia de Tomás Moro, con espacio para habitaciones, oficinas y alojamiento del personal GAP que se incrementaba lentamente con jóvenes pobladores, unos con el servicio militar recién cumplido, otros con más ánimo que entrenamiento. Por el correo de la amistad nos impusimos que Castro sí aceptó recibir en Cuba y preparar a un número de esos aspirantes a guardaespaldas.

Pero, la masa popular no sabía mucho de esos entretelones, así que sus energías las destinaba a reforzar su confianza en un nuevo destino, haciendo alarde muchas veces de modo imprudente. Los más ansiosos exigían cambios radicales en el acto, cosa imposible. Los jóvenes de la UP (Unidad Popular), los ‘upelientos’, hacían prácticas de artes marciales, recién llegadas a Chile, pintaban muros con palabras o frases a veces ofensivas. En el campo, los impetuosos decidieron su propia reforma agraria y se tomaron muchos campos, lo que obviamente encendió los ánimos de sus propietarios. En las ciudades, otros de igual tenor, se hicieron de empresas o industrias comprobando al poco tiempo que ‘otra cosa es con guitarra’, puesto que son necesarios conocimientos técnicos para dirigirlas.

De ese modo la población fue distanciándose, odiándose incluso. Las conversaciones familiares terminaban mal muchas veces y divididos. En las oficinas se ‘etiquetaba’ al personal en uno u otro sector de opinión. Cuando era posible intercambiar opiniones, tampoco hubo buenos resultados; lo que salvaba la situación eran los años compartidos en esos escritorios forjadores de afectos y complicidades, lo que no impidió la delación en años futuros.

Pero, el ser humano es el ser humano. Cenando en coche comedor del tren al Sur, atendidos con ademanes caballerescos, se oye un bullicio por el pasillo, ajeno a la compostura habitual. La tromba bulliciosa entra en el coche, desean cenar. Los pasajeros se miran sorprendidos. Los mozos también. Se miran entre ellos. ¿Deberán atender también a esa chusma?