A 50 años de la crisis social y política en Chile, he aquí declaraciones de un testigo presencial de los acontecimientos, libre de compromiso con uno u otro sector. Nuestra intención es rescatar la  llamada ‘pequeña historia’, esa que no es parte de los volúmenes oficiales, a pesar de ser vivida por ciudadanos comunes y corrientes.A 50 años de la crisis social y política en Chile, he aquí declaraciones de un testigo presencial de los acontecimientos, libre de compromiso con uno u otro sector. Nuestra intención es rescatar la  llamada ‘pequeña historia’, esa que no es parte de los volúmenes oficiales, a pesar de ser vivida por ciudadanos comunes y corrientes.
A 50 años de la crisis social y política en Chile, he aquí declaraciones de un testigo presencial de los acontecimientos, libre de compromiso con uno u otro sector. Nuestra intención es rescatar la  llamada ‘pequeña historia’, esa que no es parte de los volúmenes oficiales, a pesar de ser vivida por ciudadanos comunes y corrientes.
A 50 años de la crisis social y política en Chile, he aquí declaraciones de un testigo presencial de los acontecimientos, libre de compromiso con uno u otro sector. Nuestra intención es rescatar la  llamada ‘pequeña historia’, esa que no es parte de los volúmenes oficiales, a pesar de ser vivida por ciudadanos comunes y corrientes.

por Jerson Mariano Arias

El maestro Valenzuela era un mueblista de figura tan esmirriada que hacía desconfiar de su capacidad para deslizar el cepillo. No obstante, junto a su esposa Blanquita, como  él la llamaba, trabajaban a diario para sacar adelante una prole de unos seis hijos. El mayor les entregó por esos días momentos de contento al alcanzar el grado de contador en el Instituto correspondiente. El entorno de ese muchacho estudiante en una  casa pequeña, arrendada por sus padres, sin piso, entre virutas y barnices, hacía doblemente respetable el objetivo logrado por el estudiante. Blanquita estaba feliz, también Valenzuela, el maestro. A poco, este joven estudioso consiguió un trabajo, lo que vino a colmar los entusiasmos familiares. Todo iba bien a pesar del inestable ambiente social y político. Ya veremos…

Por esos días se oía a Violeta Parra; sin embargo, no puedo fijar el año de su suicidio. Conocí a Violeta en una de sus presentaciones menos producidas, careciendo aún de un nombre resonante y apoyada por sus dos hijos: Ángel e Isabel que ilustraban los momentos de baile con sus trece y doce años, aproximadamente.

En el mismo recinto en que actuó Violeta, escuchamos los versos dichos por su autor, Pablo Neruda, quien llegó con la pequeña pompa que le gustaba sentir, acompañado de su mujer, Matilde. Neruda, simpatizante con el programa de Allende, sabedor del sentir popular, conseguía con mayor razón grandes audiencias por esos días. El noticiero cultural universal eran copados entonces por los tres Pablos: Picasso, Cassal (el cellista) y Neruda. Coincidió que los tres fallecieron el mismo año (1973).

El sacerdote católico Hazbún hacía oír sus prédicas en franca oposición a  Allende y al Cardenal Silva Henríquez. Por su parte, el abogado Rodríguez, jefe de Patria y Libertad, hacía alegatos públicos, a la vez que orientaba las acciones de su movimiento. Este clima de adversidades iba haciendo de Chile una caldera cuyas explosiones podían verse en las calles cuando se enfrentaban los jóvenes más comprometidos de uno y otro bando. Estos enfrentamientos eran literalmente a palos y cadenazos. Rara vez se oyó el disparo de un arma corta. Por su parte, Carabineros, un cuerpo policial de poca consideración para la ciudadanía hasta ese tiempo, debía controlar, o intentarlo, a esas turbas. Debían salir calladamente,  a veces sin haber comido, a la hora que fuera, sin saber la hora de regreso, situación  que les fue cargando el ánimo de contrariedad, hasta de revanchismo. Ese sentimiento de Carabineros debe tenerse en cuenta al momento de entender sus futuras actuaciones.

Los paros de empresas y servicios estaban a la orden del día. Un ciudadano común y corriente no podía llegar al Hospital en algunos días por falta de movilización. El vecindario medio y bajo, al ver que no contaba con suministros, se organizó en JAP, generalmente lideradas por una vecina valiente que por medio de tarjetas vendía por raciones las mercaderías que lograban llegar a los barrios y ciudades del interior. Los inspectores de Dirinco revisaban y encontraban negocios con acaparamientos. Si esos inspectores no eran agredidos por los grupos opositores, ordenaban al empresario vender de inmediato esa mercadería. Olave fue más pillo: cuando los inspectores sorprendieron su bodega atestada y le ordenaron vender al día siguiente toda la existencia, este hombre permaneció esa noche entera avisando al vecindario y vendiendo, claro que a precios de mercado negro.

Las congregaciones religiosas no se libraron de las disputas. Por ese motivo surgieron nuevas iglesias o capillas que funcionaban al tenor de las preferencias de los feligreses. El padre Anselmo era un cura joven que diariamente iba al encuentro de los ‘suyos’ en barrios y poblaciones. Luego del Golpe no se le vio más; unos dicen que alcanzó a huir a Argentina, otros que lo habían desaparecido.

Otro personaje, nada favorable en ese tiempo, fue Fidel Castro, que visitó nuestro país, encargándosele a Pinochet atender al huésped. La Derecha lo rechazó públicamente desde el primer instante. La muchedumbre popular le recibió con entusiasmo, recorrió el país recibiendo aplausos, miradas de admiración y obsequios. Sin embargo, es incomprensible que un líder de tan vasta experiencia haya prolongado excesivamente su estadía dando pie a toda clase  de infundios, suponiéndole intenciones; otros, temiendo que instalara en Chile una copia de su Cuba, culpándole de inducir a Allende a aplicar un tipo de revolución inconveniente.

Siendo este escrito nada más que una referencia testimonial, debemos advertir que la intención ha sido representar el sentimiento más evidente en uno u otro sector, especialmente cuando hemos escuchado a jóvenes como aquél que como gran respaldo a su diatriba mostró en TV una foto de Allende portando la famosa metralleta que le habría regalado Castro. Suponemos hoy que por mucho menos un ciudadano cualquiera, vista la violencia del presente, buscaría hacerse de un arma de fuego, lo demás es histeria pura a falta de conocimiento puro. O ese otro que afirmó que todo el GAP estaba conformado por cubanos, en contraposición con lo declarado por Marambio, jefe del GAP, quien entregó el siguiente detalle: en Chile hubo dos cubanos cumpliendo labores de entrenadores deportivos en Iquique y cuarenta y tres cubanos llegados en fecha cercana al Golpe destinados a defender su embajada -si fuese necesario- ubicada en calle Los Estanques de Santiago, desmintiendo a quienes ‘vieron’ en Chile entre diecisiete mil y diez mil cubanos armados. Yo, que anduve bastante, nunca me encontré con uno.