A 50 años de la crisis social y política en Chile, he aquí declaraciones de un testigo presencial de los acontecimientos, libre de compromiso con uno u otro sector. Nuestra intención es rescatar la  llamada ‘pequeña historia’, esa que no es parte de los volúmenes oficiales, a pesar de ser vivida por ciudadanos comunes y corrientes.

A 50 años de la crisis social y política en Chile, he aquí declaraciones de un testigo presencial de los acontecimientos, libre de compromiso con uno u otro sector. Nuestra intención es rescatar la  llamada ‘pequeña historia’, esa que no es parte de los volúmenes oficiales, a pesar de ser vivida por ciudadanos comunes y corrientes.

Camino incorrecto

por Jerson Mariano Arias

Orlando Sáenz, férreo opositor a Allende, reconoce en él a un hombre elegante y leal. Hoy, agrega que siente que pudo hacer más en pos de la paz. Aylwin, lloró en público mientras pedía perdón por las atrocidades posteriores al golpe. Jorge Edwards, se refirió a Pinochet como a un hombre sin interés. Edwards, diplomático y escritor, al conocer las aficiones intelectuales del militar, lo descartó como un posible conocido. Un youtuber opina hoy que Pinochet de seguro está en el cielo.

Es así cómo es evidente que la nación está fuertemente dividida en este tema. Cómo salvar esa desunión: he ahí la cuestión.

Hay quienes incluso afirman que no se debe hablar más de los acontecimientos del período dictadura y tapar con el olvido definitivo todo mal recuerdo. Contrariamente, destacar lo bueno conseguido y ‘mirar hacia adelante’, aunque haya muchos que jamás no podrán ni ver ni sentir desde sus tumbas, muchas  de ellas desconocidas. Se sabe de muchos que estuvieron pegados a Pinochet pronto le dieron la espalda y hoy se sitúan lo más lejos posible. Otros, defienden su coraje y valentía, cosa fácil para él, que estuvo siempre rodeado de incondicionales armados. Menos en sus  aciagos días de Londres en donde lloró como un niño ante sus adversidades.

Escrutada la desgracia nacional, nos sorprende una sospecha: todo individuo tiende a negar su participación en un acto deleznable. Fueron otros, las circunstancias de la vida me hicieron errar. Es que el otro pegó primero; yo solamente me defendí y  lo maté con siete tiros. Tú me dejas sola –dice la mujer– no soy culpable de haberte sido infiel.

Los otros, los culpables, los agresivos, los repudiados, los ‘sin perdón de Dios’. Pretensiones humanas. Absurdas pretensiones humanas. Unos se consideran con una estatura moral mayor, inalcanzable para el simple. Otros se ‘taiman’ en su posición: No son capaces de pensar. Otros, simplemente eligen no pensar.

Podríamos afirmar que no hay mejora económica que pueda remediar los dolores causados, las angustias del exilio, la separación de las familias, una Navidad en soledad y con carencias, las humillaciones. Eso no tiene precio. No tiene precio para esa madre que vio marchar a su hijo como conscripto y fue muerto, porque es raro que un general muera en la contienda, a menos que lo mate un colega. ¿Cuál es el precio de esos desatinos?

(Acabo de encontrarme frente a frente con el nombre de Jacqueline Droully en un recordatorio. ¿Quién fue? Una muchacha de no más de diecinueve años, fresca, bonita, de paso lento, mirada distraída, siempre con  sus libros de estudiante, silenciosa. Hoy desaparecida para siempre. Un temblor vuelve a recorrer mi cuerpo y una opresión no deseada me oprime el pecho).

Los expertos en comportamiento humano quizá dirán que en esos años todos estuvieron irremediablemente locos, cada loco con su tema, cada loco con sus argumentos infalibles, cada loco con su misión sublime e intransable. ¿Qué se puede esperar de la locura colectiva? Un desastre. Y estas locuras colectivas han enfermado periódicamente las mentes de los ciudadanos con ejemplos numerosos que no se han de mencionar. Nos importa que nuestra nación sane de su locura y que no recaiga, porque a los locos no les importa nada, ni sus hijos ni su porvenir; ni su propia muerte, en caso extremo.

Años después regresé a este país, mi país, y me encontré con un país empobrecido, triste, desconfiado y silencioso. El silencio fue lo más impresionante: podía haber calles muy concurridas, pero en silencio. ¿Era eso prueba de progreso? ¿En qué había consistido el cambio? En desgracias solamente. Era un país dividido entre amos y siervos en todos los ambientes.

En el libro ‘Utopía’, Tomás Moro describe una sociedad idealmente feliz, con buen trato para todos, sin agresiones ni injusticias. Quiere decir que esa vida bucólica, si no es posible en la práctica, al menos fue posible que Moro la imaginara y escribiera.

 

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Camino incorrecto por Jerson Mariano Arias Orlando Sáenz, férreo opositor a Allende, reconoce en él a un hombre elegante y leal. Hoy, agrega que siente que pudo hacer más en pos de la paz. Aylwin, lloró en público mientras pedía perdón por las atrocidades posteriores al golpe. Jorge Edwards, se refirió...