Don Luis Lepe está solo, dependiendo de la voluntad de sus vecinos para mantenerse con vida.

Don Luis Lepe está solo, dependiendo de la voluntad de sus vecinos para mantenerse con vida.

Solo la compasión de algunos pocos del vecindario lo mantiene con vida, ya que se preocupan de alimentarlo, cuidarlo y hasta de cambiar sus pañales, en una situación digna de admiración para quienes asumen una pesada cruz que ni siquiera sus hijos pudieron cargar.
La vida tiene altos y bajos. Eso muy bien lo sabe Luis Hernán Lepe Lepe, quien hasta hace solo nueve meses llevaba una vida bastante normal. Pese a sus 75 años de edad, vivía tranquilamente trabajando con su triciclo, vendiendo dulces, verduras. Incluso hasta en la feria de Diego de Almagro se le podía ver ganándose el sustento.
Pero el destino le deparaba una ingrata sorpresa.
Hace ya nueve meses sufrió un Accidente Vascular Encefálico (AVE) que lo dejó algo afectado. Sin embargo podía moverse por lo que continuó trabajando como vendedor. Tres meses después, quizás por no tener los cuidados necesarios, sufrió un segundo AVE bastante severo que lo dejó con hemiplejia, es decir la mitad de su cuerpo paralizada, todo el lado izquierdo, donde está el corazón, lo que complica aún más su situación.
Al principio se le podía mover y transportar en una silla de ruedas, pero sufrió una caída que le costaría bastante caro: una fractura de cadera, lo que, como en una novela kafkiana, no hizo más que empeorar las cosas.

ABANDONADO
Alertados por los mismos vecinos, acudimos hasta la casa que arrienda en población Santa Rosa, ahí en General Velásquez 85 por si alguien quiere ayudar… Son 60 mil pesos mensuales que paga con su miserable pensión de 65 mil, lo que ni siquiera alcanza para los gastos de luz y agua; otra verdadera hazaña que debe cumplir mes a mes.
Como sea, ahí en terreno pudimos comprobar el verdadero drama que enfrenta este vecino ampliamente conocido. Su parálisis lo mantiene postrado en cama, totalmente solo, abandonado a su propia suerte, con su cuerpo lleno de escaras, dependiendo de la compasión y altruismo de algunos vecinos que, alarmados y angustiados por los gritos de desesperación que emite cada vez que necesita auxilio, de alguna manera se van rotando y se encargan de alimentarlo, de bañarlo y de cambiarle incluso hasta los pañales.
Pese a que su lucidez mental es prácticamente total, su parálisis facial le impide hablar normalmente y nos dificulta entender sus respuestas. Nos cuenta que hasta la pascua estuvo acompañado de uno de sus hijos, quien junto a su pareja habitaban la misma casa. Sin embargo, probablemente por el mismo estrés que le causaba el atender las necesidades de su padre, se fue y lo dejó totalmente solo, tirado ahí en su cama, imposibilitado incluso de acudir a cobrar su «pensión de gracia», pensión que, claro está, ni a él ni a usted ni a nadie puede causarle algo de gracia.

LOS VECINOS
Pero a nadie le falta Dios, dicen los que creen. Y a don Luis al menos no le faltaron buenos vecinos, gente con capacidad de pensar en el prójimo, que no adhiere al milenario ritual del «Yo primero, Yo segundo, Yo tercero». Y es que claro, no es por desmerecer, pero escuchar los desgarradores gritos de don Luis sumerge en una angustia tremenda a estos vecinos que incluso han llamado a Carabineros buscando una solución para este hombre que fue olvidado por su familia, tanto por sus cinco hermanos como por sus cinco hijos.
Uno de los vecinos, Manuel, cuenta que el lunes vino la asistente social del Cesfam de Cajales, pero hasta ahora no recibe ayuda y lo que don Luis necesita, nos dice con vehemencia, es ayuda médica, profesional, especializada. Un asilo cuesta alrededor de 150 mil pesos mensuales, pero su pensión de gracia (qué palabra más inapropiada) es de solo 65 mil.
Otra de las vecinas, quienes no quieren dar sus nombres para evitarse problemas con la familia de don Luis, agrega que la trabajadora social dijo que ese mismo día lunes contactaría a los hijos de este hombre postrado, y que si no aparecían en 72 horas pasaría el caso a la justicia para obligarlos a hacerse cargo y asumir esta responsabilidad que hoy por hoy asumen con gran dificultad sus vecinos, todos ellos temporeros que por lo demás comienzan a trabajar y ya no podrán seguir prestándole sus valiosos cuidados.
En medio de la conversación don Luis se queja, pide que lo ayuden a orinar. Hasta hace unos días tenía una sonda, pero sufrió una hemorragia y la debieron retirar. Manuel, haciendo de tripas corazón, se acerca y le ayuda a cumplir esta necesidad. Al soltarle el pañal, un hedor insoportable inunda la habitación: «¡Te hiciste caca!», le dice Manuel. Él asiente, con algo de rubor o vergüenza… La conversación continúa unos minutos, mientras el olor comienza poco a poco a hacerse insoportable. Imposible continuar. Nos despedimos. Vemos con admiración a estos vecinos, en especial a estas dos mujeres que se quedan ahí, preparadas para cumplir una dura labor por la cual nadie les paga ni les agradece. «Ahora hay que mudarlo y lavarlo», nos dice una de ellas, y entonces comprendes lo difícil que es para ellas cumplir esa misión. El solo pensar en el hedor en la habitación, en tener que cambiar los nauseabundos pañales sucios de un hombre adulto que ni siquiera es familiar, te revela el tremendo valor y coraje de estas mujeres. Cuánta admiración nos despiertan estas vecinas mientras nos acompañan a la puerta.
«Hasta a los perros tenemos que alimentarlos», nos dice antes de la despedida, revelando que toda esta situación les genera un desgaste no solo físico, emocional, sino también un gasto económico, por lo que si alguien desea ayudar, por favor que acuda a su casa ahí en General Velásquez 85 o bien nos visite en nuestras oficinas. El llamado es también a las autoridades de Salud, Municipalidad, de Gobierno, a todos quienes puedan hacer algo por cambiar el terrible destino este conocido comerciante ambulante.
Nosotros finalmente nos vamos. En la nauseabunda habitación, en tanto, don Luis se queda solo con su realidad, con su cuerpo paralizado y lacerado, postrado en cama; con todos sus hedores y toda su miseria esperando que algo suceda; quizás, con algo de suerte, su familia aparezca.
Marco A. Juri

https://i0.wp.com/eltrabajo.cl/portal/wp-content/uploads/2015/01/luis-lepe.jpg?fit=528%2C401&ssl=1https://i0.wp.com/eltrabajo.cl/portal/wp-content/uploads/2015/01/luis-lepe.jpg?fit=198%2C150&ssl=1Diario El TrabajoPolicial
Solo la compasión de algunos pocos del vecindario lo mantiene con vida, ya que se preocupan de alimentarlo, cuidarlo y hasta de cambiar sus pañales, en una situación digna de admiración para quienes asumen una pesada cruz que ni siquiera sus hijos pudieron cargar. La vida tiene altos y bajos....