La Plaza de Armas es el principal paseo de San Felipe de Aconcagua. Al tiempo de la fundación de la ciudad se creó con el nombre de Plaza Mayor, luego después de 1818, junto con la consolidación de la libertad chilena en los campos de Maipú, pasó a denominarse Plaza de la Independencia. Hoy es la Plaza de Armas y en ella se realizan los actos cívicos y patrióticos, las fiestas criollas, los carnavales, exposiciones artísticas y artesanales y los actos más estelares de la ciudad.
En un comienzo fue una escuálida y polvorosa plaza de pueblo, apenas si tenía algunos pimientos de menguadas sombras en sus esquinas, por sus costados corrían las acequias a tajo abierto que traían el agua para el riego a los solares desde el Cequión del Pueblo. Por 1831 las crónicas de la época la describen como desarbolada y terrosa, «sus veredas están empedradas con guijarros ovoides. Al centro del ancho cuadrilátero hay unos pimientos y sauces de mezquina sombra; un pilón bebedero y algunas pelargonias y geranios. Definen el día las campanas parroquiales, las mercedarias y las de Santo Domingo. De vez en cuando el son metálico de alguna corneta que alista a los cívicos y el tambor batido que suena a pergamino. Burritos aguateros, algún birlocho, tropillas de mulas, cencerro de madrina. Casas de adobes, bajas, anchurosas. Uno que otro edificio, de estructura uniforme, con muy pocas ventanas y portalones con puntuación y goznes de fierro».
Poco a poco la preocupación de los Cabildos fue colocando una nota de adelanto en el principal paseo, forestaciones y ornamentaciones, hasta transformarla en lo que es hoy: un verdadero parque, orgullo de todos los sanfelipeños.
La plaza tenía una reja de madera en sus cuatro cuadras y en sus diagonales puertas de fierro. El 3 de abril de 1874 el municipio que encabezaba el alcalde don José Santos Contreras y que integraban don Lindor Castillo y don Belisario Mascayano inauguró en el centro de la plaza una pila de piedra canteada color rosa con un islote de arrecife y cuatro montículos a modo de islas y desde donde emergían plantas acuáticas. Para el bicentenario de la ciudad, el 3 de agosto de 1940, el Club Aconcagua con sede en Santiago donó la hermosa pila, más grande que la antigua y de material marmoleado. La vieja pila fue llevada años más tarde por el Municipio a la Plazuela «Propósito Librecht», más conocida como Plazuela del hospital, y que se encuentra en la Calle Cajales frente al centro asistencial de salud.
La plaza sanfelipeña fue escenario heroico y mudo testigo de la altivez de los hijos de esta tierra durante los hechos de las revoluciones de 1851 y 1859. Aquella vez la ciudad tuvo su «Noche Triste» al ser sitiada y martirizada por las huestes montt-varistas, al mando del Mayor Tristán Valdés, a quien el historiador bautizó como «El terrible» por su despiadado encono contra San Felipe. Fue el capítulo de la historia sanfelipeña en que se alzaron con ribetes de héroes y de mártires don Joaquín Oliva, Luis Ovalle, Carmen Conde y otros legendarios personajes.
Mucho se ha dicho que las estatuas de la plazuela fueron trofeos de guerra del Batallón Aconcagua en la Guerra del Pacífico, cuando éste luego de San Juan, Chorrillos y Miraflores entró victorioso a la ciudad de los virreyes, Lima, al frente del General Manuel Baquedano. Aquello no es cierto. En el siglo antepasado el Cabildo mandó a confeccionar a un escultor florentino cuatro estatuas que simbolizaran cada una de las estaciones del año. Como modelo sirvieron las fotografías de las hermosas damas sanfelipeñas de la época señoritas Matilde Blest, Sofía Mascayano, Ana Luisa Caldera y Delia Gómez. Lo que sí trajeron a la ciudad los soldados de la Guerra del Pacífico fueron unos jarrones de mármol y la estatua de una bailarina apostada frente a la Calle Merced. ¿Será verdad que también fue trofeo de la guerra la sonora campana de bronce que tañe el angelus en la Iglesia Catedral de San Felipe? Por lo que respecta a la estatua del romano, ésta fue una donación de antiguas familias (antepasados de don Adolfo Ibáñez) de la Viña Errázuriz de Panquehue.
También en el Siglo antepasado se construyó en la Plaza de Armas un kiosco de madera, el cual estuvo ubicado por el paseo principal frente a la ex Intendencia de Aconcagua (hoy Gobernación de la provincia de San Felipe). Desde allí las bandas militares y municipales animaban con sus retretas los paseos dominicales después de la misa mayor. Con motivo del bicentenario (1940) el municipio hizo construir allí mismo un odeón de concreto armado, de líneas muy modernas y que junto con reemplazar al antiguo le dieron una nota de progreso.
El primer alumbrado de la plaza fue a parafina. Luego lo fue a gas y hacia fines del siglo antepasado, como un gran acontecimiento junto con las principales calles céntricas de la ciudad, llegó la luz eléctrica. Los Cabildos de fines del siglo supieron modernizar el principal paseo de los sanfelipeños. Fueron suprimidas las acequias y las tradicionales piedras de huevillo y adoquines reemplazados por baldosas. El alcalde don Adolfo Carmona Novoa, en 1930 hizo construir una hermosa terraza en el costado oriente (Calle Coimas) para que la juventud practicara patinaje sobre ruedas.
La aristocracia sanfelipeña paseaba por los pasillos céntricos de la plaza, en donde se apostaron escaños de madera cilíndrica del tipo de varilla. Después el principal paseo estuvo hacia el costado de la Calle Salinas, como hasta ahora, y todos los paseos fueron dotados de escaños de fierro y madera.
Esta vieja plaza de pueblo, ya se ha señalado, fue escenario y lo es de los principales actos cívicos y patrióticos. A esta plaza derivaron en 1817 las huestes libertadoras del Ejército de Los Andes con los generales José de San Martín y Bernardo O’Higgins; aquí fue recibido con los mayores honores y la mayor emoción ciudadana el Batallón «Aconcagua» Nº 1, vencedor de Pan de Azúcar y Yungay al frente del valeroso coronel Pablo Silva; en esta plaza fue coronado de gloria a su regreso de la Guerra del Pacífico este mismo Batallón al frente del sargento mayor graduado José Vicente Otero; en estos paseos cobraron sus mejores escenarios los carnavales de antaño, los bailes de máscaras y disfraces, los corsos de flores y aquí también en estos ámbitos, vibraron las voces de tribunos y políticos en otras décadas en aquellas jornadas electorales de los municipios, de la Cámara de Diputados, del Senado y de la Presidencia de la República.
Miramos la Plaza de Armas de San Felipe y comprendemos que, en verdad, es inmensamente bella. Más que una plaza es un parque. Sus variedades de árboles de imponentes frondas le dan solaz a los habitantes de la ciudad. Allí hay tilas, sequoias gigantes, encinas negras, jacarandás, palmas chilenas, ligustros, ceibos, tulipanes, acacias, palmeras phoenix, árboles del paraíso, araucarias, perales del Japón, magnolia, sauces, grevilleras robustas, pinos insignes, encinas gigantes, árboles de cuarenta escudos, cipreses macrocarpas y una impresionante diversidad de plantas ornamentales y finas flores.
Una última reflexión sobre la Plaza de Armas de San Felipe. Entre los rincones más apacibles y románticos de sus paseos floreció, y sigue floreciendo el amor de juventud, el primer amor que como dice la canción «no se olvida ni se deja», aquel de la «juventud divino tesoro» que en emocionadas estrofas cantó Rubén Darío. Muchos de esos romances de la plaza culminaron en el altar y miles de hogares de sanfelipeños nacieron en la plaza del pueblo, un jirón emotivo de los años de la mocedad.
A la fecha de la edición de este libro1 la Plaza de Armas de San Felipe ha sido hermosamente restaurada con red eléctrica subterránea, redes de agua y alcantarillado, nuevos embaldosados, escaños y luminarias de tipo tradicional de fierro fundido. Es cierto que quedó más rala y se debió sacrificar varias especies arbóreas que ofrecían un peligro público (estaban carcomidos sus troncos). Se restauró, después de estar cerrada un año y dos meses, el 21 de diciembre de 1988. Alcalde de la ciudad a esa fecha era don Claudio Rodríguez Cataldo y la inversión alcanzó a los 80 millones de pesos.

1 Calles de San Felipe. Carlos Ruiz Zaldívar. Ediciones Ilustre Municipalidad de San Felipe, 2002.

Por Diario El Trabajo

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4 comentarios en «Especial 277 Años: La Plaza de Armas de San Felipe»
  1. por que mejor no echan andar la pileta como minimo . la pileta no tiene niun brillo sin luces ni nada uno va ala plaza a nada hagan algo mejor lo mismo la de los sapitos duro un tiempo y ahi quedo la wea san felipe fome

  2. Felicitaciones muy bueno su publicación de nuestra querida ciudad de San Felipe

  3. QUE FALTA DE RESPETO A SUS ANTEPASADOS A LA TIERRA DE SUS FAMILIAS ,POR LO MENOS SI NO SE TIENE CULTURA LOS AÑOS ALGO DE SABIDURIA DEBERÍA QUEDAR .QUIZAS EL ALCALDE DE TURNO Y EL CONSEJO MUNICIPAL.DEBERIAN IR A UN SEMINARIO EN LAS ISLAS VIRGENES PARA EMPAPARSE DE UN CURSO DE GAFITERIA.

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