En una iniciativa que une dignidad, inclusión y solidaridad, el Club de Panadería y Pastelería de Personas con Discapacidad de San Felipe ha asumido oficialmente la fabricación del pan para las ollas comunes del Valle del Aconcagua, convirtiéndose en un ejemplo de cómo la integración social puede tener un impacto real en la vida de cientos de personas.
Todos los fines de semana, el taller ubicado en el corazón de San Felipe se llena del aroma cálido del pan recién horneado y de las manos comprometidas de quienes, a través de la panadería, han encontrado no solo una herramienta de trabajo, sino también un espacio de crecimiento personal, compañerismo y contribución al bien común.
COMPROMISO CON LA COMUNIDAD
La iniciativa nace del trabajo conjunto entre organizaciones comunitarias, la municipalidad, entidades sociales y el propio Club, conformado por personas en situación de discapacidad que, tras meses de formación técnica y capacitación, han demostrado su capacidad para llevar adelante un proceso productivo profesional, eficiente y lleno de sentido.
Cada fin de semana, el club elabora 1.400 panes destinados a diez ollas comunes distribuidas en diferentes sectores de San Felipe, alcanzando un 90% del territorio comunal. Estas ollas, sostenidas en su mayoría por vecinas y vecinos voluntarios, representan una red de apoyo alimentario vital para cientos de familias en situación de vulnerabilidad.
«Estamos muy orgullosos, esto es más que pan, es una oportunidad para demostrar que todos podemos aportar. Cada masa que amasamos, cada horno que encendemos, lo hacemos pensando en quienes más lo necesitan», comenta emocionado Sebastián, uno de los panaderos del club que, además, destaca por su liderazgo dentro del grupo.
DE LA CAPACITACIÓN AL IMPACTO REAL
El Club de Panadería y Pastelería nació como un taller de formación, impulsado por un programa municipal de inclusión laboral para personas con discapacidad. Con el tiempo, fue adquiriendo fuerza propia, incorporando equipamiento, infraestructura y una mística de comunidad que hoy se ve reflejada en su capacidad de responder a una necesidad social concreta: el hambre.
«Creemos en la inclusión activa, esa que transforma, que devuelve dignidad y rompe con los prejuicios. Esto no es caridad, es justicia. Las personas con discapacidad tienen derecho al trabajo, al reconocimiento, a ser parte del motor social», señaló Alejandra, quien es parte de la directiva de la agrupación.
Gracias al compromiso de sus integrantes, el club se ha transformado en un modelo replicable de inclusión laboral con sentido comunitario, combinando autonomía, formación continua y conexión con las necesidades reales del territorio.
MÁS ALLÁ DEL PAN: UNA HISTORIA DE DIGNIDAD
Para muchos de los miembros del club, este proyecto ha significado su primera experiencia laboral formal, así como una fuente de autoestima, independencia económica y validación social. «Antes me costaba salir de casa, hoy tengo un rol, me siento útil y feliz», cuenta Susana, otra de las panaderas, mientras revisa con cuidado una tanda de marraquetas.
Además de producir pan, el club se ha convertido en un espacio terapéutico y emocional. Se ha tejido entre sus miembros una red de afecto, colaboración y aprendizaje que trasciende lo técnico. Aquí se comparten recetas, pero también historias, sueños y esperanza.
UN FUTURO QUE HUELE A PAN CALIENTE
El proyecto apunta a mantener y expandir esta colaboración, explorando nuevas líneas de productos y alianzas con más organizaciones comunitarias. A mediano plazo, se espera que el club pueda comercializar parte de su producción para generar ingresos propios y aumentar la autonomía del grupo.
Desde ya, su historia está inspirando a otras comunas a seguir un camino similar, demostrando que cuando se abren puertas a la participación activa, los resultados son poderosos.
En tiempos en que tantas realidades duelen, el olor del pan recién hecho -amasado por manos diversas- se convierte en símbolo de lo que realmente importa: una comunidad que no deja a nadie atrás.


