Ana María La Rosa, al lado de estas pequeñitas vive en alegría, ella es una mujer aconcagüina que ha dedicado toda su vida a educar a estudiantes del Colegio Santa Juana de Arco.

Ana María La Rosa, al lado de estas pequeñitas vive en alegría, ella es una mujer aconcagüina que ha dedicado toda su vida a educar a estudiantes del Colegio Santa Juana de Arco.

Hace pocas semanas en Diario El Trabajo publicamos una reseña histórica sobre la Escuela Santa Juana de Arco, institución que durante este mes se encuentra cumpliendo 100 años de tener sus puertas abiertas al saber y desarrollo educativo de las niñas sanfelipeñas. Sin embargo, como hablar de una institución no es lo mismo que el referirse a una persona, hoy en nuestro medio presentamos la historia de una ejemplar mujer que ha dado todo por esta casa de estudios.

Hablamos de la Hermana Ana María La Rosa, quien naciera hace 81 años en Putaendo, pero que dedicó toda su vida a servir como religiosa y maestra en esta centenaria institución.

«YO SOÑABA CON SER MONJITA»

– ¿Dónde, cuándo y en qué circunstancias nació usted?

– «Nací en Guzmanes, un pueblito de campo en Putaendo, vine al mundo el 10 de agosto de 1931, nací en circunstancias muy lindas de la vida. Llegué a una familia bien constituida en donde nos transmitían valores imborrables. Guardo especial recuerdo de mi padre, que me recibió junto a mis hermanos con gran alegría».

– ¿Cómo fue su niñez y cuántos hermanos te regaló Dios?

– «En mi niñez fui muy feliz, con unos padres maravillosos que el Señor me regaló, tan buenos cristianos, tan buenos esposos, cariñosos, eran el uno para el otro; jamás escuchamos malas palabras entre ellos, mucho menos hacia nosotros, los niños. Mi papá era muy divertido y alegre, éramos diez hermanos, pero el Señor llamó a tres de ellos antes de nacer y quedamos siete que nos queremos mucho».

– ¿Cómo nace su vocación a la vida religiosa?

– «Creo que yo nací con esta vocación, porque desde chiquita le decía a mis padres y hermanos que quería ser ‘monjita’, aunque ni siquiera las conocía».

– ¿Cuándo decide que dedicará su vida al servicio de los demás como religiosa?

– «A mis doce años estaba completamente segura que ese era el camino que Dios me tenía trazado; además por ese entonces llegó una señorita que en el catecismo nos habló de la vida religiosa. Yo no quería ni respirar para no perderme nada de lo que nos decía y así estuve largo tiempo meditando sus palabras, pensando que yo estaba llamada a la Vida Religiosa».

– ¿Tuvo dudas antes de decidirse?

– «Nunca tuve dudas, ya que siempre me gustaba conversar con mis padres y ellos me ayudaban a aclarar las inquietudes, hablándome siempre del entrañable amor de Dios».

– ¿Cómo marcó Dios su vida para decidirse por el amor al prójimo?

– «Viendo a tanta gente que sufre en el alma y en el cuerpo y que afecta a la familia completa. Quise ayudarlos entregándoles todo mi cariño a los niños, ya que ellos son los predilectos del Señor».

– ¿Hizo algo de lo que se arrepienta?

– «Nada hice de lo que tenga que arrepentirme, porque siempre tengo muy presente a Dios, sirviendo a los más pobres; a los que no brillan por sus talentos y a los más desposeídos. Tal vez siento que siempre falta tiempo para ayudar».

– ¿Era esta la vida religiosa que esperaba cuando joven?

– «Es más de lo que yo esperaba, he encontrado una verdadera familia. Así lo he sentido en mi vida religiosa, he compartido momentos de mucha alegría y he vivido momentos maravillosos que el Señor ha querido regalarme; asistir a la canonización de Teresita de los Andes en Roma; ir a México, sede de nuestra Congregación y a celebrar mis 50 años de vida religiosa».

– ¿Algún caso especial de familias pobres o niños especiales que le hagan sentirse confirmada de que eligió bien ser ‘monjita’?

– «Muchos casos de niños y familias con grandes carencias afectivas y con muchas dificultades para aprender. Siento una enorme alegría de ver en sus rostros una sonrisa y sus avances en los aprendizajes».

– ¿A qué y a quiénes está agradecida por sus logros pasados y presentes?

– «A Dios, en primer lugar, por haberse fijado en mi humilde persona y haberme llamado a su servicio, también a la Madre Consolación Anguiano Ortiz, a todas mis Superioras con quienes he compartido, pues me han ayudado en momentos que he necesitado consuelo y por sobre todo acrecentar mi fe».

GRACIAS HERMANA MERCEDES

Por su vida entregada a quienes de ella necesitaron; por las veces que consoló a las niñas dentro y fuera de esta escuela; porque su trabajo no ha sido en vano y también porque ha cuidado su corazón de las pasiones que reinan en este mundo, en Diario El Trabajo le aplaudimos con el respeto y cariño que sólo se ganan con los años de hacer el bien y por sobre todo, por no hacer el mal a nadie.

Roberto González Short

rgonzalez@eltrabajo.cl

 

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