Niño gitano se negó a tener el fracaso por destino:

Más que una historia para reflexionar y llenarnos de optimismo, conocer las peripecias y malabares de supervivencia personal a los que debió recurrir el hombre de nuestra historia para triunfar, el relato que hoy publicamos en Diario El Trabajo trata de cómo un niño andrajoso, indigente, drogadicto y en completo abandono filial, además de cargar sobre sus hombros el estigma de ser gitano, se las arregló para salir del más oscuro abismo de la desesperación hacia la superficie del autoperfeccionamiento, en la que ha logrado convertir en realidad sus propios sueños.

GITANO DUEÑO DE SU DESTINO
Se trata de Moisés Jáuregui Sevich, de 32 años, quien hoy comparte y para beneficio de todos nuestros lectores, una reseña de su experiencia de vida, pues él nació en el interior de un grupo de gitanos en Antofagasta, en donde creció con las limitaciones del analfabetismo y desnutrición que esto representa, así también sin los ejes nucleares de filiación que le permitiera emular un sano comportamiento para poder avanzar.
Moisés es hoy día un profesional de la salud, quien labora en el Cesfam Segismundo Iturra de San Felipe, en donde se desempeña como experto en prevención de riesgos; el primer gitano en Chile en profesionalizarse en esa carrera.
– ¿Cómo podemos empezar con tu historia?
– Nací en Antofagasta, soy gitano y crecí entre los gitanos del más bajo nivel, pues hay tres clases de gitanos, los que tienen mucho dinero y manejan sus grandes negocios, viven con arraigo entre los adinerados, el segundo que equivale a una ‘clase media’, menos dinero, igual sin educación ni grandes proyecciones, pero también con arraigo en la sociedad, y el segmento al que yo pertenecía, el gitano invasor.
– ¿Tú eras entonces uno de esos gitanos invasores?
– El gitano invasor es aquel que invade la propiedad privada; que vive en carpas; desaseado la mayoría de veces; casi siempre analfabeto y sin ningún arraigo, así crecí, aprendiendo y sobreviviendo con las costumbres y malos hábitos de la calle, también sufrí la separación de mis padres, quienes me abandonaron a mi suerte en el mundo gitano, cada uno se fue por un camino diferente, las drogas me esperaban para abrigarme en las frías noches.
– ¿Cómo soportaste todos esos años en las calles y carpas?
– Fueron años muy tristes. Viajar por ciudades en donde yo miraba a otros niños de mi edad, gente limpia, bien alimentados, bien vestidos y con sus padres a su lado, saber que yo no sabía leer y tener que mentir y engañar en las calles para recibir algunas monedas, era algo a lo que yo me resistía a aceptar para mí, no sabía cómo hacerlo; no tenía idea de cómo visualizar un destino diferente al de mis pares, en lo profundo de mi corazón, el corazón de un niño harapiento gitano, guardé con esperanza un milagro para mi vida.
– ¿Y se te hizo ese tan apremiante milagro finalmente?
– Sí. Claro que se me hizo ese milagro, a mis trece años fui adoptado por un matrimonio chileno, doña Aurora Araya y don Fernando López, mis padres adoptivos que me acogieron en su hogar, limpiaron mi sucia piel y me dieron no solamente ropas nuevas, me insertaron en el mundo estudiantil de mi país, esa era mi gran oportunidad.
– ¿Cómo te trató la gente en ese mundo escolar?
– Muy mal para ser sincero, ser gitano y vivir entre chicos que no lo son, es muy duro, se me trataba como a un delincuente; presumían que yo por regla representaba un peligro para mis compañeros, varios directores no me aceptaron en sus escuelas o colegios, pero de todas formas mis calificaciones me fueron abriendo otras puertas, hasta que terminé mi básica, educación media y pude incorporarme al mundo universitario, lo estaba logrando.
– ¿Cuándo llegaste a vivir a San Felipe?
– En 2009 vine a vivir a San Felipe, empecé a estudiar prevención de riesgos en la Universidad Playa Ancha, en enero de 2013 me casé con la cirujano dentista Jenniffer González, con quien tengo a nuestro hijo Santiago, en 2015 terminé mi carrera, por cierto, estoy sacando mi magister en prevención de riesgos.
– ¿Quiénes te ayudan a incorporarte a Salud municipal?
– Yo fui incorporado al Cesfam Segismundo Iturra gracias al doctor Cristian Bahamondes y a la Directora de Salud Municipal, doña Marcela Brito, quienes me dieron la oportunidad de trabajar en este Cesfam, a quienes les agradezco públicamente por su buena disposición.
– ¿Crees que tu historia sí tiene un final feliz?
– Claro que sí. Soy un hombre feliz, completo, tengo la mejor esposa que un hombre pudiera merecer; un hijo que lo ilumina todo y un grupo de compañeros de trabajo muy valiosos y respetuosos.
– ¿Alguna vez regresaste a esas carpas de gitanos para compartir con ellos sobre tu nueva vida?
– Sí, a veces voy a las carpas, me reúno con otros gitanos, yo hablo romané, nuestra lengua, ellos aseguran que se sienten orgullosos y bien representados ante la sociedad, aunque a mí me gustaría que surgieran más hermanos gitanos que se la jugaran por cumplir sus sueños, al menos, que soñaran.

VALIOSO EJEMPLO
Diario El Trabajo habló con la directora de la oficina de Salud Municipalizada, doña Marcela Brito, quien explicó a nuestro medio lo orgullosos que se sienten todos los funcionarios de sus departamentos al tener a Moisés como compañero de trabajo.
«Reconocemos a un hombre sencillo, humilde, inteligente y capaz, puedo destacar de Moisés su resiliencia y tenacidad para incorporarse a una sociedad como la nuestra. Hay que ser campeón para lograrlo, él es un derroche de valores, cómo se relaciona con los demás, es un ganador. Hace poco empezamos a ver a Moisés, él es técnico en prevención de riesgos y él encaja muy bien en nuestro ambiente laboral. Sobre su esposa, doña Jenniffer, puedo repetir esa frase: ‘Detrás de cada gran hombre hay una gran mujer’. Ellos nacieron el uno para el otro, son almas gemelas con grandes valores humanos», comentó Brito a Diario El Trabajo.

¿A QUE SÍ?
Estas historias, como la de Moisés, son de esas que hay que conocerlas y aplaudir a su protagonista, porque es de aquellas gestas personales dignas de una película, porque tiene Desafío, Miseria, Soledad, Drama, paroxismo de la angustia de ser ahí, arrojado al infinito de las posibilidades del hombre, con toda su maraña de equívocos posibles, para encontrarse finalmente con su mejor posibilidad y tomarla para sí, todos los géneros de una buena historia empaquetados en un chaval llamado Moisés Jáuregui, el gitano que la lleva.
Roberto González Short
rgonzalez@eltrabajo.cl

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